Quien quiera echarle un pulso a Esperanza Aguirre tiene que
pensárselo dos veces antes de sentarse ante la mesa y remangarse el
brazo, pues la lideresa ha tronchado ya varios huesos en su
carrera. Así que quien la reta debe de estar muy seguro de sus razones y
sus fuerzas, o ser un temerario. Entiendo que los profesores de
secundaria madrileños están en el primer grupo, y por eso aprietan el
pulso convocando hoy y mañana otras dos jornadas de huelga.
Como digo, hay que tener muchos arrestos para aguantarle un pulso,
pues a ella le gustan los desafíos, le dan vidilla, y disfruta quebrando
muñecas. En su carrera ha demostrado dos cosas: que cuando alguien le
ofrece el brazo sobre la mesa, ella se lo toma como un combate a muerte;
y que cuando hace falta no duda en jugar sucio, como esos contendientes
que en el pulso dan patadas bajo la mesa, echan pimienta a los ojos o
te ponen algo en la bebida.
Que se lo digan a quienes han osado desafiarla alguna vez, bien saben
cómo se las gasta: colectivos criminalizados, trabajadores abrasados,
rivales políticos para desguace, y compañeros de partido que le tosieron
y todavía se arrepienten.
En el caso de los profesores, el pulso no sólo va contra ella, sino
contra su consejera, Lucía Figar, que por lo visto es su protegida y
posible sucesora, de modo que vivirá el enfrentamiento como un todo o
nada. Por ahora juegan a aguantar, a ver si la protesta se desinfla por
cansancio y frustración, sabedoras de que no todos soportan por igual
perder días de sueldo y salir a la calle cada semana. Y si la
resistencia no afloja, ya lanzarán alguna patada bajo la mesa para
romper la unidad sindical o desprestigiar a los convocantes. Para colmo,
cuentan con una ventaja: que si el conflicto afecta a la imagen de la
enseñanza pública, encantadas de la vida, pues su apuesta es la privada.
“Las huelgas son una bofetada a las familias que eligen la escuela
pública”, dijo ayer Figar.
Sólo por la valentía de echar un pulso a la más bruta de la taberna,
ya merecen nuestro apoyo. Pero es que además tienen razón: esto no es un
conflicto laboral, nos afecta a todos. Así que todos deberíamos estar
ahí, empujando para doblarle el brazo, y denunciando las trampas. Porque
como nos limitemos a ver cómo le rompen la muñeca a los profesores,
menos posibilidades tendremos cuando nos toque remangarnos.
ISAAC ROSA
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