El recorte en la Educación de Madrid
Confunde y se equivoca
A juzgar por las reacciones que hemos visto en las pasadas semanas, y
por las que están por venir, parece indiscutible que las medidas de
recorte incluidas en las Instrucciones de Comienzo de Curso dictadas
este año por la Comunidad de Madrid lanzan un mensaje bastante
contundente a la comunidad educativa y al conjunto de la sociedad. Para
entender este mensaje, puede que resulte esclarecedor pensar tanto en el
fondo como en la forma, y tanto en lo que se dice de ellas como en lo
que no se dice.
Recorte de plantilla
El recorte dado por las Instrucciones se concreta en una reducción de la plantilla de docentes de aproximadamente el 13%. Como siempre, los números varían según quién los haga. El mínimo está en los 1700 profesores interinos citados
por la Consejería, y el máximo en los 3000 docentes citados por los
sindicatos, donde incluyen ya reducciones menos bruscas hechas el año
pasado, a través de otros mecanismos, como el retraso de las suplencias
por baja médica. Para conseguir este ajuste, las Instrucciones aumentan
el número de horas lectivas de cada profesor, de 18 a 20 horas
semanales. Este dato, por si solo, es el mayor ejemplo de desinformación
y confunsión, voluntaria o involuntaria. Para entender la repercusión
de esta medida es necesario aclarar dos conceptos: ¿qué es un profesor
interino?, ¿cómo se estructura el horario de un profesor?
¿Qué es un profesor interino?
Un profesor interino es un docente que ha aprobado las
oposiciones de su especialidad, pero que no ha llegado a ocupar una
plaza fija. Idealmente, este tipo de puestos existen para cubrir las
necesidades variables del servicio: aumento de alumnos en un centro en
un año determinado, suplencias por baja médica, etc. En general,
desarrollan exactamente las mismas tareas que un profesor funcionario de
carrera, aunque la situación administrativa no es la misma. No tienen
plaza fija, pero tampoco se puede hablar de eventualidad: muchos llevan
años y hasta décadas trabajando para la Administración en distintos
destinos.
El horario de un profesor
El horario de un profesor se compone de horas de distinta
categoría. Las horas lectivas son las más evidentes, aquellas que el
profesor pasa delante de los alumnos. A éstas hay que sumarles las horas
complementarias, de trabajo detrás del telón: preparación de clases,
corrección de ejercicios y exámenes, reuniones de coordinación
académica, colaboración con Dirección y Jefatura de Estudios, tutorías,
atención a padres, horas de formación y actualización de conocimientos,
organización de actividades extraescolares y viajes de estudios, etc.
¿Cómo cambian las Instrucciones el trabajo del profesor?
Oficialmente, las nuevas Instrucciones convierten dos horas de trabajo complementarias en dos horas lectivas, manteniendo
el total en 37,5 horas semanales. ¿Y por qué es esto tan escandaloso?
Se entiende razonablemente que habrá algo más de tiempo de clase, y algo
menos de tiempo de preparación, pero no parece tanta diferencia—nada
que no se pueda solucionar si los profesores arriman el hombro, nada que
pueda afectar a la calidad de la educación. Hagamos números: 18/37,5
sale una ratio de 0,48 horas lectivas por cada hora de trabajo, 20/37.5
da una ratio de 0,53. ¡Apenas una diferencia de un 5%! Realmente los
profesores madrileños, o no saben aritmética o no están en su sano
juicio... ¿o no? Debe de haber algo más. De nuevo los datos, como ya
sabemos sobradamente por la Economía, sirven para confundir y presentar
una imagen que no refleja la realidad. Lo que voy a desvelar aquí me
costará quizá la consternación y el rechazo de mis compañeros de
profesión: no conozco a un profesor que trabaje 37,5 horas. No conozco a
un profesor que mire el reloj y suelte el boli cuando las manillas
marcan una hora o un número de horas específicas. El trabajo de un profesor no se mide en horas; se mide en alumnos. En
el trabajo del profesor no se calientan sillas; la única métrica
posible es atender a las varias necesidades educativas del alumno y,
dentro de unas enseñanzas regladas, darle los conocimientos para
entender, el estímulo para pensar y el impulso para trazar su propio
camino. No concibo nada más ajeno a la labor de un profesor que el
descorazonado cálculo anterior, burocrático y economicista.
¿Cómo cambian las Instrucciones la enseñanza del alumno?
En todo tipo de declaraciones y comunicados, la Administración nos
remite al cálculo horario que hemos desgajado antes, pero ¿han hablado
ellos de alumnos? Hagámoslo ahora; es relevante investigar cómo repercuten las Instrucciones en el número de alumnos a
los que atiende cada profesor. Parece obvio que siempre habrá materias
que se beneficien de dos horas lectivas más a la semana: puede haber
refuerzos y grupos reducidos en matemáticas; puede haber clases de
conversación en los idiomas... si lo que se persigue es realmente la excelencia en la educación, se
pueden organizar los recursos para que los alumnos tengan más horas de
clase —y sobretodo mejores horas, de atención a las necesidades
específicas y los desafíos individuales. ¿Cómo se han implantado, pues,
esas horas adicionales? ¿Cuánta más atención recibirá cada alumno? En un
caso típico de Escuela Oficial de Idiomas, cada profesor pasa de
impartir cuatro grupos con un total de 100 alumnos a impartir cinco
grupos, con un total de 125 alumnos ¡El incremento en la carga de
trabajo es de un 25%! La disminución en la dedicación del profesor a
cada alumno, ¡de un 20%! Tampoco se trata de hacer cálculos enrevesados,
parece obvio y razonable que si tienes que atender a un 25% más de
alumnos en las mismas horas totales y con dos horas complementarias
menos, tendrás que hacer de menos, más. Al mismo tiempo, sube por lo
general el número de asignaturas y niveles diferentes que cada profesor
imparte cada año, aumentando el esfuerzo de preparación de las clases.
En las Escuelas Oficiales de Idiomas se pasa de dar dos niveles de un
idioma a dar tres; en Secundaria, un profesor de Asesoría y procesos de imagen personal puede
acabar impartiendo Biología. Tenemos ahora una visión más completa del
esfuerzo que se pide a los docentes y me corrijo: se pide hacer de mucho
menos, mucho más—siempre que queramos mantener la calidad y llegar al
menos a donde estábamos antes.
¿Y la calidad de la educación?
Sin embargo, resulta poderosamente llamativo que el mensaje más repetido
y contundente de los lanzados por la Administración Educativa de la
Comunidad de Madrid es que estas instrucciones no afectarán a la calidad de la educación. No
nos han proporcionado, no ya una explicación convincente, sino una
justificación medianamente creíble que dé pie a esa afirmación. Esta
respuesta dogmática no suple una justificación que en relalidad no
pueden dar, pues solo se sustenta en la creencia --esperanza o
chantaje-- de que los profesores pondrán de su parte mucha más
dedicación a sus alumnos, en exceso de ese risible 5% de horas y hasta
ese 25% más de alumnos y más allá. En resumen, realmente se nos pide mucho más de lo que aparentemente se nos exige.
La forma en que el Gobierno pide un esfuerzo
Conviene ahora valorar la forma que la Comunidad de Madrid ha querido darle al mensaje, a esta petición de solidaridad. El
Gobierno de la Comunidad de Madrid, con su Presidenta a la cabeza, no
ha tenido reparos en trasmitir el mensaje de que los profesores trabajan
menos de 20 horas a la semana y que, debido a la “situación crítica”
que atraviesa el país, se apela a nuestro sentido del deber para que
“completemos horario hasta las 20 horas semanales”. Esto se ha dicho de
viva voz y se ha puesto por escrito. No menos de 18.000 ejemplares con
la firma de la Presidenta —que al final no eran tan ejemplares, pues
tenían numerosas faltas de acentuación— se han distribuido directamente a
los profesores. Afortunadamente, aunque con el daño ya causado y
habiendo lanzado la consigna que sus medios afines repetirán hasta la
extenuación, se han producido matizaciones con la boca chica; parece que
la boca que rectifica no es nunca tan grande como la que se equivoca.
Mas allá del desprestigio infligido, de la confusión alentada y del
equívoco indolente, ésta es sólo una de las incoherencias que impregnan
la actuación del Gobierno.
¿Se puede apelar a la “responsabilidad compartida” para solicitar un
esfuerzo adicional a los profesores, y mantener total secreto sobre el
contenido de las Instrucciones hasta la fecha misma de su
publicación oficial, ya en periodo estival? Es difícil de justificar, a
no ser que la Consejería las haya tenido que preparar apresuradamente en
los primeros días de julio. ¿Se puede sostener que estas Instrucciones y
la magnitud de este recorte son óptimos, cuando no se ha contado para
su elaboración con ninguna participación de los docentes? Es difícil de
justificar, a no ser que la Consejería goce de infalibilidad. ¿Se puede
concurrir a unas elecciones el 22 de mayo postulando la excelencia en la educación, y
suprimir miles de profesores el 4 julio? Es difícil de justificar, si
se quiere mantener un mínimo respeto a lo que significa un compromiso
electoral, y al mandato democrático que emana de las urnas. ¿Habría
escrito la Presidenta miles de cartas intentando justificar el recorte,
aun sin nombrarlo, de no haber cambiado el panorama electoral con las
elecciones de noviembre? Cualquier acercamiento a la honestidad y la
franqueza en la acción del Gobierno parece más inverosímil cuando aún
hoy insiste contumaz en que “ni tocamos el horario, ni las condiciones
de trabajo, ni prescindimos de nadie”.
Expediente de Regulación de Empleo
Lo cierto es que estas Instrucciones funcionan como un auténtico
ERE de la Administración, dejando en la calle a miles de personas de una
tacada, sin tener que someterse si quiera a los requisitos de la
legislación aplicable a la empresa privada. Según la Ley, estos
profesores se van a la calle sin indemnización alguna por despido,
aunque puedan llevar 5, 6 o 7 años trabajando ininterrumpidamente para
la Administración. Es una de las formas más atroces de contratación
temporal. Por algún motivo no merecen la misma consideración legal que
los trabajadores de RTVE, los de las Cajas de Ahorro y tantos otros,
durante tanto tiempo. En definitivas cuentas, el Gobierno Regional se
ahorra unas indemnizaciones y unos salarios, aunque el mismo Estado, a
través de otra rama de su misma hacienda, la Seguridad Social, tendrá
que pagar las correspondientes prestaciones por desempleo. El
cortoplacismo de nuestros políticos prefiere antes pagar por desempleo
que por educación.
La Presidenta de la Comunidad de Madrid se jacta de no haber reducido
las retribuciones de los profesores, como ya nos hizo el Gobierno de la
Nación en un “5% a los que menos, y entre el 10% y el 15% a los que
más”, junto con el resto de funcionarios. Ellos redujeron lo que pagaban
por el trabajo; ella ha aumentado lo que se trabaja por lo que te
pagan. Verdades a medias, mentiras enteras. Se da ahora el agravante de
que la Comunidad de Madrid ha elegido precisamente a la Educación para
esta segunda vuelta de tuerca indiscriminada. ¿Es realmente la Educación
el primer ámbito de lo público donde sobraba gente? Los policías no
harán dos horas más de ronda. Los médicos no pasarán dos horas más de
consulta. Las ventanillas no estarán dos horas más abiertas al público y
los tribunales no tendrán dos horas más de vistas. Debe de haber
alguna razón para que se haga esto con la Educación solamente y no con
la Seguridad, la Sanidad, la Administración o la Justicia. Quizá la
Presidenta ofrezca la razón en la citada carta explicativa:
“Quiero expresarles mi absoluta
convicción de que la manera más eficaz de combatir esta crisis económica
y de prevenir las futuras es mejorar el nivel de nuestra educación”
Entonces, ¿por qué en Educación?
O quizá la razón, si la hay, haya que buscarla más allá. Como con todas
las decisiones del Gobierno hay beneficiados y damnificados; en este
caso, la escuela privada y, respectivamente, los estudiantes y
profesores de la pública. Sin embargo, no es mi ánimo conspirador;
atribuyo más este ensañamiento con la Educación a una especie de
oportunismo, incapacidad y algo de cobardía. Le han hecho esto a la
Educación Pública porque es fácil hacerlo dentro de la Ley estatal
vigente. No es necesario cambiar ninguna disposición de rango superior,
no hay que defenderlo y votarlo en un parlamento ni reunir para ello al
Consejo de Gobierno. Se camufla como una decisión casi administrativa,
bastan las instrucciones de un viceconsejero para llevarlo a
cabo. Se puede hacer en pleno verano, inadvertidamente. Si el Gobierno
de la Comunidad de Madrid hubiera tenido el coraje de defender sus
posiciones en un parlamento —la determinación de poner un tratamiento en
lugar de dar una pastilla de su medicina— quizá hubiera propuesto con
más justicia aumentar de 37,5 a 40 horas el horario de todos sus
funcionarios. Podría también haber mirado a sus múltiples empresas
públicas, o al ingente gasto publicitario. Incluso sus señorías podrían
haber decidido recortar su propia plantilla. A fin de cuentas, ¿hacen
falta tantos diputados, para acabar sin saber cuál te representa?
Desgraciadamente, también este Gobierno descarta buscar soluciones
equitativas y óptimas, y opta por arreglos fáciles y apresurados.
Tanto tiempo para tomar medidas, para tanta improvisación
Será discutible cuánto tiempo ha meditado el Gobierno esta medida, pero la improvisación de su aplicación es manifiesta. Los
centros educativos estuvieron durante el mes de junio confeccionando la
oferta y los horarios del curso siguiente y matriculando a alumnos con
normalidad, para ver todo este trabajo descompuesto sin la menor
advertencia. El desbarajuste es tremendo. Todavía a esta fecha, hay
centenares de profesores de carrera, no ya interinos, que tampoco han
sido destinados a ningún centro. Sin embargo, no se han respetado las
reducciones horarias ni siquiera para Jefes de Departamento o
Coordinadores de Tecnología. Aparentemente estas labores de organización
del centro, o no restan ningún tiempo dentro del horario, o deben ser
soportadas por los alumnos a los que les toque en suerte un profesor que
ostente estas responsabilidades (por lo general y aun antes, nada
codiciadas), o se espera que surjan del amor y el arte del profesor.
¿Realmente no podrían haberse mejorado estos aspectos del recorte si
éste se hubiese expuesto de antemano, admitiendo sugerencias? ¿No
podrían haberse facilitado medias jornadas para aquellos profesores de
una edad y una condición que están dispuestos a cobrar menos por
trabajar menos? ¿Y por qué los conductores del Metro han de tener más
derecho a participar en la organización de su trabajo y en los recortes
de su sector que los docentes? ¿Es esto premio o castigo? ¿Están los
profesores menos cualificados que otros, quizá porque ya aceptaron una
rebaja de sueldo mayor que lo que les correspondería según su salario
anual, al tenerse también en cuenta la categoría laboral y ser ellos
licenciados universitarios? La “generosidad y sentido del deber” a que
se apela, ¿incluye la obediencia ciega y el deber de silencio cuando
están intentando oscurecer la verdad y presentar una apariencia
tendenciosa? ¿Se es entonces necesariamente irresponsable, si se
ejercitan las acciones de protesta contempladas en la Ley, como son las
manifestaciones y la huelga pacífica? ¿Es honesto achacar en eso una
acción política? “No he de callar por más que con el dedo / silencio avises o amenaces miedo”. Pero, ¿acaso se puede llegar a pedir a un profesor que no explique!
Se puede hacer mejor. Se debe hacer mejor
La Comunidad de Madrid ha acometido en los últimos años importantes
iniciativas de innovación y flexibilización en la Educación. Se han
iniciado programas bilingües, se ha fomentado la formación del
profesorado, se ha expandido la red de centros, se ha promovido la
libertad de elección, se ha limitado el número de alumnos por aula;
aunque ahora maltratados a las primeras de cambio por la oportunidad
política, se ha intentado reforzar la autoridad del profesor. Mucho —y
más— se puede decir de la forma en que cada una de estas iniciativas se
ha llevado a cabo, pero este camino se ha andado de la mano de los
docentes, que han aceptado el desafío de la docencia en inglés, que han
buscado obtener nuevas cualificaciones, que han progresado en el uso de
las tecnologías y en la atención personalizada al alumnado. Si esto ha
sido así, no se entiende que ahora se encastille y dicte instrucciones
de tapadillo, no para reestructurar y modernizar las enseñanzas, ni
siquiera para establecer controles e incentivos a los docentes, sino
para desinvertir brutalmente en recursos humanos en Educación. Si la
coyuntura económica todo lo puede y siente la acción de su Gobierno tan
limitada, su Presidenta debería sentarse con los profesores, mostrar a
las claras un panorama coherente de progreso para los próximos años, y
esforzarse por alcanzar acuerdos. Si tan excepcional y perentoria es,
establezca ya una temporalidad definida para esta medida de recorte,
priorice con nosotros otras medidas, y cárguese de razón antes de
pedirnos un esfuerzo unilateral de 80 millones de euros anuales que
manda al paro a miles de profesores y que, según dice, redistribuirá en
otras partidas. Que lo urgente no soterre tampoco lo importante, el
empeoramiento de las condiciones docentes, retributivas y laborales es
desafortunado en el corto plazo y nefasto en el largo, invitando a los
mejores a huir de la Educación y descapitalizando su motivación y
empuje. En la escuela privada lo saben bien, ya que muchos de sus
mejores profesores intentan año tras año, oposición tras oposición,
encontrar hueco para su docencia en la escuela pública.
En resumidas cuentas, para el Gobierno de la Comunidad de Madrid su
actuación con este recorte ha sido impecable en el fondo y en la forma, y
aparentemente no hay razones objetivas para la disconformidad. Su
Consejera de Educación ha llegado a decir recientemente que “niega la
mayor”, que el recorte no existe. No puedo opinar igual. Me pregunto si
enviará una carta a cada persona que manda al desempleo para convencerla
de este particular; en tal caso, le recomiendo como entrenamiento
releer (supongo) un clásico de Orwell, 1984. Este recorte ha sido
una decisión cobarde y cortoplacista, para la que no han dudado en
difamar a los docentes y que hurta a la Educación del gran debate que
viene necesitando y que nadie quiere afrontar. Tanto si es por una
agenda oculta —como muchos dicen y es razonable sospechar por el
proceder del Gobierno— o si es por incompetencia e improvisación,
personalmente me apena y me espolea en lo más profundo de mis
convicciones. Hay comportamientos que no admito del gobierno; al menos
no en la medida en que puedo oponerme a ellos. De ningún gobierno. No creo en la impunidad de la falsedad—nunca
es impune pues, cuando menos, acaba castigándonos a los demás. Y creo,
finalmente, que ésta, y no la contraria, es una lección que los
políticos españoles deberían haber aprendido ya. Quizá estemos a tiempo
de enseñársela.
Fuente: http://ecodocente.blogspot.com/