¿Puede una sutileza ser brutal y sutil una brutalidad?
Sin duda. La andanada de Esperanza Aguirre contra la gratuidad de la enseñanza pública pertenece a este género paradójico. En política, la brutalidad sutil recibe también el nombre de globo sonda. Lancemos un poco de metralla y luego, si la reacción es muy fuerte, decimos que se trató de un lapsus, incluso de un lapsus linguae, que queda culto. La sutileza brutal desarma a sus víctimas, que no saben a qué carta quedarse. Una brutalidad sutil es que quienes pretenden acabar con el Estado provengan en gran parte de sus filas. Opositan, se apuntan a un partido, pillan escaño, se largan de excedencia y una vez fuera de la estructura, aunque con la carta del regreso en la manga, vuelven a entrar, en esta ocasión como termitas. La termita es un bicho sutilmente brutal. Durante años, solo aprecias de ella esos pequeños cerritos de viruta que hasta tienen su gracia. Es sutil, porque no se deja ver y es brutal porque te arruina el esqueleto. Cuando la termita asoma, el edificio se ha venido abajo. Otro ejemplo de brutalidad sutil es el de ensalzar por las mañanas las virtudes de los profesores para calificarlos de vagos por las tardes. O proclamar el martes que la enseñanza es una inversión fundamental para tratarla el miércoles como un gasto superfluo. La brutalidad sutil sume al oyente en la parálisis propia de quien recibe órdenes contradictorias. Rajoy, experto en sutilezas brutales como la de los hilillos de plastilina, echa pestes del impuesto sobre el patrimonio, pero no lo eliminará de ganar las elecciones. ¿A qué juega? A la termita, a sondear al electorado, que si no responde hoy a esta contradicción comulgará mañana con ruedas de molino. Las palabras de Aguirre sobre la gratuidad de la educación parecen eso, un montoncito de serrín. ¡Pero cuidado!
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